Berzelius (1832), es el primer partidario de sustituir las sales de hierro por el ácido vanadico (vanadato amónico) y Runge (1847), Leuchs y Wolffenstein, proponen el empleo de los cromatos alcalinos.
El profesor alemán J. F. Runge, en 1847, efectuó un progreso en la fabricación de tintas preparadas a base de palo de campeche, haciendo actuar sobre ellas cantidades mínimas de cromato potásico, en medio neutro para no atacar las plumillas de acero.
En 1856, encontramos la patente Leonhardi para la fabricación de la tinta llamada alizarina, cuyo nombre, como su mismo autor manifiesta, no indicaba la composición de la tinta, limitándose a poner de relieve la novedad del producto.
En efecto, las tintas hasta entonces en uso estaban constituidas por una mezcla de agallas, sulfato de hierro y agua, en la cual la sal de hierro formada se mantenía suspendida en el agua merced a un espesante (goma).
La de Leonhardi, por el contrario, contenía la sal de hierro, disuelta en su mayor parte merced al ácido que lleva, y la materia colorante era una solución de índigo en ácido sulfúrico. Esta tinta no tiene un color perfectamente negro, adquiriéndolo solo cuando, extendida sobre el papel, queda expuesta a la acción oxidante del aire y las bases contenidas en el papel que neutralizan los ácidos libres de la misma.