miércoles, 20 de febrero de 2013

El Origen de la Pluma Estilográfica – The Origin of the Fountain Pen

El semanario “Gutiérrez” (Madrid, 1927-1935), fue una publicación de humor, un tanto alocada y en buena parte transgresora durante los años que sobrevivió. En sus páginas estamparon su firma autores como Enrique Jardiel Poncela, Miguel Mihura y Ramón Gómez de la Serna, entre otros. En su número del 13 de Diciembre de 1930 se anuncia la creación de una nueva sección titulada Los Orígenes de las Cosas, que inicia su andadura con la pluma estilográfica; claro que… hay que tener en cuenta la personalísima visión del articulista que narra estos acontecimientos… ¿imposibles de ser realidad?
Un ejercicio de imaginación a vuela-pluma que bien merece tener un hueco entre nosotros.

ORIGEN DE LA PLUMA ESTILOGRÁFICA

El origen de la pluma estilográfica se pierde en esa oscuridad oliente a queso de gruyère que se denomina noche de los tiempos.
Parece ser que en la Edad de Piedra no se conocía la pluma estilográfica y, cuando el hombre deseaba expresar su pensamiento por medio de la escritura, cogía a su señora por los pies y, golpeándola rítmicamente contra una piedra, grababa en esta piedra una serie de hendiduras, muescas, abolladuras y anfractuosidades que constituían otros tantos signos del alfabeto primitivo.
Más tarde, la señora se sustituyó por un pincel hecho con rabos de animales y los golpes en la piedra pasaron a ser pinceladas dadas con dichos rabos, previamente mojados en materias colorantes.
Los rabos de animales que se preferían para este trabajo eran los de vaca, ternera, buey o toro, aunque estos últimos resultaban muy difíciles de adquirir, sobre todo cuando quería quitársele el rabo al toro estando vivo.
De suerte que, después de una larga práctica, llegaron a utilizarse exclusivamente como pinceles rabos de vaca. Esto obligó a montar verdaderos talleres de escritura, donde, en grandes cuencos de piedra toscamente labrada yacía la tinta -mezcla de líquidos diversos, tales como agua, aceite de animales, saliva, etc., y de substancias colorantes- y donde en grandes montones se veían multitud de rabos, arrancados a vacas de todos los tamaños: desde vacas de diez arrobas hasta vacas de tres pesetas.
Cuando una muchacha de aquella época quería escribir a su novio, o cuando un chico que estaba haciendo el servicio deseaba escribir a sus padres, se veían obligados a acudir a los talleres de escritura, donde, previo el pago de quince cocos o una piel de mamuth, les eran escritas las cartas que ansiaban en una piedra del tamaño del ruedo del Coliseo Romano, solo que sin leones.
Este sistema de escritura era, naturalmente, muy molesto, pues no todos los que deseaban escribir podían acudir a los talleres, y además, no todos tenían los quince cocos que solía costar el encargo.
Después de muchos años de sufrir las molestias de dicho sistema, en el año 3228 (antes de J. C.), un tío pulpo, denominado Chau-Chá, que estaba empleado en uno de los talleres de escritura, tuvo una feliz ocurrencia, que fué, ni más ni menos, que inventar la pluma estilográfica.
Veréis como ocurrió el suceso.
Considerando que el traslado de los cuencos de pintura y de los rabos de un lado a otro era faena erizada de dificultades, y comprendiendo la necesidad de convertir la escritura, hasta entonces inmóvil, en algo posiblemente trasladable, Chau-Chá ideó, en primer lugar, utilizar el rabo de vaca sin cortarlo de su sitio, y acto seguido, tuvo la inspiración de hacer lamer carbón a la vaca cuyo rabo pensaba utilizar. El resto os lo podéis suponer.
Al poco tiempo de lamer carbón, la vaca empezó a dar leche negra, y así que hubo logrado esto último, Chau-Chá cogió la vaca por un cuerno y salió andando.
De esta manera, cuando el ingenioso muchacho quería escribir, se limitaba a arribar a la vaca de espaldas a una piedra, la ordeñaba, mojaba el rabo en la pintura que producía la misma vaca y, dale que te pego, en un momento se escribía diez carillas.
La pluma estilográfica –es decir, el instrumento de escribir trasladable de un lado a otro- quedaba inventada.
Pronto la invención se extendió por todo el mundo existente entonces.
Y el llegar de aquella estilográfica primitiva a las que usamos nosotros ahora ha sido -sencillamente- una cuestión de perfeccionamiento.