domingo, 3 de mayo de 2009

Las dos plumas, de Ricardo Flores Magón

Ricardo Flores Magón, periodista, político y dramaturgo mexicano (1874 – 1922) participó en la fundación del Partido Liberal Mexicano, siendo el precursor intelectual de la Revolución Mexicana; en este relato publicado en el diario Regeneración, de México, en el nº 212, del 13 de no­viembre de 1915, utiliza dos plumas estilográficas, a través de cuya conversación deja ver claramente sus posturas politicas y sociales antagónicas.

Detrás de la vidriera de un escaparate, la pluma de oro y la de acero esperaban quien las comprase. La pluma de oro descansaba indolente en un rico estuche que aumentaba sus encantos; la pluma de acero confirmaba su modestia en el fondo de una caji­ta de cartón. Los transeúntes, pobres y ricos, viejos y jóvenes, pasaban y repasaban por el escaparate lanzando miradas codicio­sas sobre la pluma de oro; ni una mirada para la de acero. El sol quebraba sus rayos sobre la pluma de oro, que brillaba con destellos de ascua en su lecho de felpa; pero era impotente para imprimir siquiera una débil nota de belleza a la obscura pluma proletaria. Viendo con lastima a su hermana pobre, la pluma rica dijo:
-¡Pobre sarnosa!, aprende a ser admirada.
Acostumbrada la pluma proletaria a las grandes luchas de los verdaderos ideales, creyó oportuno no contestar aquella necedad.
Envalentonada la pluma burguesa por el silencio de la pluma humilde, dijo:
-¿Qué no darías, ¡mugrosa!, por parecerte a mí, por ser una pluma de oro? Y brilló en su felpa como una estrella en el raso del cielo.
La pluma proletaria no pudo reprimir una sonrisa, que, mon­tando en cólera a la pluma burguesa, la hizo prorrumpir en des­atinos parecidos a estos:
-Tu sonrisa es la sonrisa de la impotencia. Me das lástima. ¿Qué darías por firmar, como yo, órdenes bancarias por millones y millones de dólares? Yo ocupo un puesto de honor en los escritorios de caoba y de cedro. El elegante escritor palaciego firma sus artículos conmigo; el ministro autoriza, por medio de mí, documentos de importancia suma para la nación; el presidente calza sus decretos con una firma que sólo yo debo trazar; la guerra no es declarada sin que una mano augusta me tome entre sus dedos y me haga fijar en el papel su firma soberana; la paz no se pacta con tiñosas plumas de acero: deben ser de oro, y con pluma de oro traza el joven aristócrata sus frases de amor a la dama de gran tono.
La paciencia tiene sus límites hasta en una pluma de acero; así que la pluma modesta desde el fondo de su cajita de cartón alzó su voz limpia, sincera, y, por sincera, hermosa y grande, para decir:
-Entre todas las cosas, la pluma es grande porque ella hace posible que el pensamiento de un gran cerebro se liberte de la cárcel del cráneo, para ir a sacudir otros cerebros que dormitan encerrados en otros cráneos y hacerles dar la hospitalidad, franquearle la entrada, como se debe abrir las puertas y proporcionarle alojamiento a todo aquel que trae luz, esperanza, fuerza...
Pero tu ¡pluma vanidosa! eres la deshonra de nuestra especie; yo quebraría mis puntos mejor que prestarme a trazar la firma que debe calzar una orden bancaria por miles de millones de dó­lares, pues una orden tal es el resultado de un pacto habido entre bandidos. Mi lugar no es el escritorio de caoba; pero prefiero la mesa de pino, sobre la cual el literato del pueblo traza las frases robustas que anuncian al mundo una era de libertad y de justicia. Soy la pluma de la plebe, y como ella, fuerte y sincera. No me toca el ministro para calzar documentos que sancionan la explotación y la tiranía, ni el presidente me empuña para autorizar las leyes que ordenan la esclavitud y el tormento de los humildes, ni ordeno guerras criminales, ni pacto paces humillantes. Pero cuando el pensador me toca entre sus dedos creadores; cuando el poeta y el sabio me tocan con sus manos fecundas y el anarquista me hace estampar en las blancas cuadrillas sus pensamientos blancos como es la idea casta, siento que mis moléculas tiemblan de emoción, de una emoción pura, fuerte, sana, y eso es mi placer, porque, humilde como soy, yo muevo el mundo del talento, de la sinceridad, del honor. Mi fuerza es inmensa, mi influencia es gigantesca; cuando el escritor proletario me toma entre sus manos, el tirano tiembla, se sobrecoge el clérigo, palidece el bur­gués; pero la libertad sonríe con sonrisa de aurora; el oprimido sueña con un mundo mejor, y la mano valiente acaricia nerviosa el arma vengadora y redentora. En mi cajita de cartón me siento grande y noble. Tan humilde como me ves, muevo pueblos, derribo tronos, desquicio catedrales, humillo dioses; soy luz para las tinieblas del cerebro; soy clarín que convoca a genérala los hu­mildes para convertirlos en soberbios, y sueno a somatén para reunir a los bravos en la trinchera y convocar a los HOMBRES a la barricada. Tú sirves para calzar el decreto del tirano; yo, para calzar la proclama del rebelde. Tú oprimes; yo liberto.
El estrépito del motor de un automóvil, que paró frente a la tienda, impidió que se escuchase el resto del simpático discurso de la pluma proletaria.