Ricardo Flores Magón, periodista, político y dramaturgo mexicano (1874 – 1922) participó en la fundación del Partido Liberal Mexicano, siendo el precursor intelectual de la Revolución Mexicana; en este relato publicado en el diario Regeneración, de México, en el nº 212, del 13 de noviembre de 1915, utiliza dos plumas estilográficas, a través de cuya conversación deja ver claramente sus posturas politicas y sociales antagónicas.
Detrás de la vidriera de un escaparate, la pluma de oro y la de acero esperaban quien las comprase. La pluma de oro descansaba indolente en un rico estuche que aumentaba sus encantos; la pluma de acero confirmaba su modestia en el fondo de una cajita de cartón. Los transeúntes, pobres y ricos, viejos y jóvenes, pasaban y repasaban por el escaparate lanzando miradas codiciosas sobre la pluma de oro; ni una mirada para la de acero. El sol quebraba sus rayos sobre la pluma de oro, que brillaba con destellos de ascua en su lecho de felpa; pero era impotente para imprimir siquiera una débil nota de belleza a la obscura pluma proletaria. Viendo con lastima a su hermana pobre, la pluma rica dijo:
-¡Pobre sarnosa!, aprende a ser admirada.
Acostumbrada la pluma proletaria a las grandes luchas de los verdaderos ideales, creyó oportuno no contestar aquella necedad.
Envalentonada la pluma burguesa por el silencio de la pluma humilde, dijo:
-¿Qué no darías, ¡mugrosa!, por parecerte a mí, por ser una pluma de oro? Y brilló en su felpa como una estrella en el raso del cielo.
La pluma proletaria no pudo reprimir una sonrisa, que, montando en cólera a la pluma burguesa, la hizo prorrumpir en desatinos parecidos a estos:
-Tu sonrisa es la sonrisa de la impotencia. Me das lástima. ¿Qué darías por firmar, como yo, órdenes bancarias por millones y millones de dólares? Yo ocupo un puesto de honor en los escritorios de caoba y de cedro. El elegante escritor palaciego firma sus artículos conmigo; el ministro autoriza, por medio de mí, documentos de importancia suma para la nación; el presidente calza sus decretos con una firma que sólo yo debo trazar; la guerra no es declarada sin que una mano augusta me tome entre sus dedos y me haga fijar en el papel su firma soberana; la paz no se pacta con tiñosas plumas de acero: deben ser de oro, y con pluma de oro traza el joven aristócrata sus frases de amor a la dama de gran tono.
La paciencia tiene sus límites hasta en una pluma de acero; así que la pluma modesta desde el fondo de su cajita de cartón alzó su voz limpia, sincera, y, por sincera, hermosa y grande, para decir:
-Entre todas las cosas, la pluma es grande porque ella hace posible que el pensamiento de un gran cerebro se liberte de la cárcel del cráneo, para ir a sacudir otros cerebros que dormitan encerrados en otros cráneos y hacerles dar la hospitalidad, franquearle la entrada, como se debe abrir las puertas y proporcionarle alojamiento a todo aquel que trae luz, esperanza, fuerza...
Pero tu ¡pluma vanidosa! eres la deshonra de nuestra especie; yo quebraría mis puntos mejor que prestarme a trazar la firma que debe calzar una orden bancaria por miles de millones de dólares, pues una orden tal es el resultado de un pacto habido entre bandidos. Mi lugar no es el escritorio de caoba; pero prefiero la mesa de pino, sobre la cual el literato del pueblo traza las frases robustas que anuncian al mundo una era de libertad y de justicia. Soy la pluma de la plebe, y como ella, fuerte y sincera. No me toca el ministro para calzar documentos que sancionan la explotación y la tiranía, ni el presidente me empuña para autorizar las leyes que ordenan la esclavitud y el tormento de los humildes, ni ordeno guerras criminales, ni pacto paces humillantes. Pero cuando el pensador me toca entre sus dedos creadores; cuando el poeta y el sabio me tocan con sus manos fecundas y el anarquista me hace estampar en las blancas cuadrillas sus pensamientos blancos como es la idea casta, siento que mis moléculas tiemblan de emoción, de una emoción pura, fuerte, sana, y eso es mi placer, porque, humilde como soy, yo muevo el mundo del talento, de la sinceridad, del honor. Mi fuerza es inmensa, mi influencia es gigantesca; cuando el escritor proletario me toma entre sus manos, el tirano tiembla, se sobrecoge el clérigo, palidece el burgués; pero la libertad sonríe con sonrisa de aurora; el oprimido sueña con un mundo mejor, y la mano valiente acaricia nerviosa el arma vengadora y redentora. En mi cajita de cartón me siento grande y noble. Tan humilde como me ves, muevo pueblos, derribo tronos, desquicio catedrales, humillo dioses; soy luz para las tinieblas del cerebro; soy clarín que convoca a genérala los humildes para convertirlos en soberbios, y sueno a somatén para reunir a los bravos en la trinchera y convocar a los HOMBRES a la barricada. Tú sirves para calzar el decreto del tirano; yo, para calzar la proclama del rebelde. Tú oprimes; yo liberto.
El estrépito del motor de un automóvil, que paró frente a la tienda, impidió que se escuchase el resto del simpático discurso de la pluma proletaria.